8 sept 2010

¿Comprendería ya que un océano cabía en aquel cuarto? Donde su voz, que
también era negra y musical, se perdía por los cajones semiabiertos
y entre los cojines de aquel sofá.
Yo ya no sentía mis piernas, sólo sus ojos clavados en mi boca entreabierta,
y bastantes palabras que pude decirle pero que iban a morir en mi paladar.
Todo estaba bañado por la luz de algunas farolas que se colaba por el balcón,
e inevitablemente me noté melancólica hacia todo aquello. A su húmedo
regalo y a sentirme consciente de su fugacidad,
de su abrazo delicado y de mis manos sobre su pecho agitado.

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