3 oct 2010

Me desperté con el sueño aún presente y con las sábanas más pegadas de lo normal.
Ya no eran las 9 y me costó abrir los ojos, tan cansados, pero no parecía que la lluvia fuese a amainar.
Vi mi escritorio empapado y, entonces, lo reviví todo: las gotas de sudor resbalando por su pecho, el pelo enredado y calléndole amablemente por su espalda perfecta. Se mordía el labio inferior y arrugaba la nariz, abriendo los ojos a intervalos, clavando su mirada de hielo en mí. Vi su boca, mi vida y mi muerte, el tesoro encontrado que no me pertenecía. Pero yo nunca había dejado de cavar para encontrarlo, no descansaba nunca y me amarré a él con fuerza. ¿Era esta una broma del destino? cuando parecía que llegaba a rozarlo se deshizo entre mis manos, como polvo, se fue. Yo lo sentía siempre enterrado de nuevo, y cada noche iba a buscarlo hasta que el dolor era físico e incesante.

A veces creía que aquella voz era la suya de regreso a casa. Pero sólo era el camión de la basura haciendo su ruta.

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